El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, trabajan en un plan de paz de 21 puntos que busca poner fin a la devastadora guerra en Gaza, donde más de 66 mil personas han perdido la vida. La propuesta incluye un cese al fuego inmediato, la liberación de rehenes en 48 horas y el retiro gradual de tropas israelíes del territorio.
Netanyahu confirmó que las conversaciones con Washington avanzan, aunque subrayó que el plan aún no está concluido. Trump, en cambio, se mostró optimista y aseguró que existe “una verdadera oportunidad para la grandeza en Oriente Medio”. El anuncio coincide con una creciente presión internacional, tras el reconocimiento del Estado palestino por parte de varios países europeos y la condena global a la crisis humanitaria que atraviesa la Franja de Gaza.
Fin del conflicto en Gaza: Un plan con puntos sensibles
El borrador fue compartido con países árabes y musulmanes durante la Asamblea General de la ONU, donde recibió atención pero también escepticismo. El esquema prevé, además del alto al fuego y la salida paulatina del ejército israelí, un proceso de desarme de Hamas y la creación de un marco de gobernanza para Gaza que podría incluir la participación de fuerzas palestinas o internacionales. Sin embargo, Hamas no ha emitido aún una respuesta formal, y en Israel persisten divisiones dentro de la coalición gobernante, donde algunos sectores rechazan cualquier compromiso que implique ceder control político o militar.
Presiones políticas
La urgencia del plan responde a varios factores. En Israel, las familias de los rehenes mantienen fuertes protestas y exigen resultados concretos, mientras que Netanyahu enfrenta cuestionamientos internos sobre su manejo de la guerra. En Estados Unidos, Trump busca posicionarse como mediador capaz de restablecer influencia en la región y mostrar liderazgo internacional.
El escenario no es nuevo: acuerdos previos de cese al fuego han colapsado rápidamente por falta de confianza y mecanismos de verificación. Lo que distingue a esta iniciativa es la presión internacional acumulada, la magnitud de la catástrofe humanitaria y el aislamiento diplomático creciente de Israel. Aun así, el futuro del plan dependerá de que las partes acepten compromisos dolorosos y de que exista una estructura sólida para supervisar su cumplimiento.
Para Gaza, devastada por meses de bombardeos y desplazamientos masivos, el plan representa una esperanza frágil pero necesaria. Para Israel y Estados Unidos, es una apuesta política de alto riesgo: si fracasa, no solo prolongará la guerra, sino que aumentará la desconfianza hacia las promesas de paz en una región que sigue marcada por la desolación y el desencanto.
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